lunes, 14 de septiembre de 2009

EL BERGANTÍN

Señor capitán,

dejadme subir

a izar esas velas

a izar esas velas,

de ese bergantín.


La mar está brava,

nos vamos a hundir;

el cielo nublado

el cielo nublado

que no quiere abrir.

No siento el barco

no siento el barco

no siento el barco

que se perdió;

siento al piloto

siento al piloto

siento al piloto

y tripulación.

Ya sus esposas,

pobres esposas,

pobres pedazos

del corazón.

¡A que la mar tan brava, por fin se los tragó!

+++

Salió de Jamaica

cargado de ron

izando su velas

izando sus velas

rumbo a Nueva York.


¿Dónde está mi barco

que se me perdió?

Y ese capitán

y ese capitán

que se emborrachó.

No siento el barco

no siento el barco

no siento el barco

que se perdió;

siento al piloto

siento al piloto

siento al piloto

y tripulación.

Ya sus esposas,

pobres esposas,

pobres pedazos

del corazón.

¡A que la mar tan brava, por fin se los tragó!

Imágenes: Trois-Mats en grosse mar Fitz Hugh Lane

LAS LATITUTES DE LOS CABALLOS



+++

HORSE LATITUDES, James Douglas Morrison Clark

When the still sea conspires an armor
And her sullen and aborted
Currents breed tiny monsters...
True sailing is dead.

Awkward instant,
And the first animal is jettisoned;
Legs furiously pumping
Their stiff green gallop
And heads bob up.
Poise,
Delicate,
Pause,
Consent,
In mute nostril agony
Carefully refined
And sealed over...

+++

LATITUDES HÍPICAS
(Traducción libre)

Cuando el calmado mar conspira una armadura
Y su decaída y abortada
Corriente cría diminutos monstruos...
La verdadera tripulación está muerta.

Complicado instante,
Y el primer animal es arrojado al mar;
Piernas furiosamente bombeando
Su rígido verde galope
Y cabeza cortada.
Equilibrio,
Delicado,
Pausa,
Consentimiento,
En muda fosa nasal agonizante
Cuidadosamente refinada
Y sellada...

+++

En el océano Atlántico, entre unos 30 grados norte y sur del Ecuador, existe una zona que los marinos de todo el mundo conocen desde hace siglos como la “Latitud de los Caballos”. El origen del nombre se remonta a los tiempos de los primeros viajes al Nuevo Mundo, cuando los barcos que cruzaban el Atlántico se topaban con una zona donde el viento dejaba de soplar súbitamente. De pronto, las tripulaciones se adentraban en una balsa en la que permanecían varadas durante días, azotadas por un calor y una sequedad insoportables. Cuando la situación empezaba a ser desesperada, los marinos se veían obligados a aligerar el peso del barco para aprovechar el más ligero viento y escapar de aquella zona muerta. Entonces arrojaban por la borda todos lo enseres prescindibles, ya fueran muebles, mercancías o los propios cañones.

A menudo, después de días y días perdidos en la nada, la situación llegaba a ser tan terrorífica que cuando sentían el más leve viento, se deshacían de los caballos, por ser menos indispensables, para aligerar al máximo los bergantines.

La tripulación arrojaba a los aterrorizados caballos por la borda, y éstos nadaban durante millas detrás de los barcos, antes de comprender – como cuenta Rodrigo Fresán – que todo había terminado y de dejarse arrastrar “por el imán de las profundidades”.

Otra versión de la misma historia, asegura que los marinos se tenían que deshacer de los caballos para conservar las reservas de agua y comida. A veces, cuando la comida escaseaba, se dice que optaban por comérselos.

En cualquier caso, la mayoría de aquellos marinos no dejaban de escuchar los angustiosos relinchos de los caballos durante el resto del viaje y acaso de sus sueños.

Fuente: http://fogonazos.blogspot.com/2006/08/la-latitud-de-los-caballos_31.html

domingo, 9 de agosto de 2009

EL BARCO EBRIO


Arthur Rimbaud

EL BARCO EBRIO
(Arthur Rimbaud)

Mientras descendía por Ríos impasibles,
Sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
Clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
Fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
Los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
Yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡Corrí! Y las Penínsulas desamarradas
Jamás han tolerado juicio más triunfal.
La tempestad bendijo mis desvelos marítimos.
Más liviano que un corcho dancé sobre las olas
Llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡Diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!
Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
El agua verde penetró mi casco de abeto
Y las manchas de vinos azules y de vómitos
Me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.
Y desde entonces, me bañé en el Poema
De la Mar, lleno de estrellas, y latescente,
Devorando los azules verdosos; donde, flotando
Pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;
¡Donde, tiñiendo de un golpe las azulidades, delirios
Y ritmos lentos bajo los destellos del día,
Más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
Fermentaban las amargas rojeces del amor!
Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
Y de las resacas y de las corrientes: ¡Yo sé de la tarde,
Del Alba exaltada como un pueblo de palomas,
Y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!
¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
Iluminando los largos flecos violetas,
Parecidas a los actores de dramas muy antiguos
Las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!
¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
Besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
La circulación de las savias inauditas,
Y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!
¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
Enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
Sin pensar que los pies luminosos de las Marías
Pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!
¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
Mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
De los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
Bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!
¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
En las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
Los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
Y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
Naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
Donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
Caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!
Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
De la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
-Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
Y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.
A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
La Mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
Elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
Y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
Y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
Los ahogados descendían a dormir, reculando!
O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
Arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
Yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
No hubieran salvado la carcasa borracha de agua;
Libre, humeante, montado de brumas violetas,
Yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
Que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
Líquenes de sol y flemas de azur;
Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
Tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
Cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
Los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;
¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
El celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
Eterno hilandero de las inmovilidades azules,
Yo extraño la Europa de los viejos parapetos!
¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
Donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
-¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
Millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras.
Toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
Negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
Un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
Un barco frágil como una mariposa de mayo.
Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
Arrancar su estela a los portadores de algodones,
Ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
Ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.

jueves, 11 de junio de 2009

MARICRUZ

Daniel Vázquez

















Debes irte ahora, toma lo que crees durará;
Tóma rápido, lo que sea que quieras conservar.
Tu huérfano está allá con su armazón,
Llorando como el fuego en el sol.
Mira a los santos del cielo azul,
Y todo se acabó, Maricruz.

La autopista es pa' locos, bien haz de saber;
Toma lo que juntaste si es por tu bien.
El pintor sin manos de tus calles
Pinta en tu mejilla locos detalles.
El circo irá hasta donde estés tú,
Y todo se acabó, Maricruz.



Tus marinos mareados, reman hacia atrás;
Tus armadas de renos, quieren regresar;
Romeo, que sólo tocó a tu puerta,
Se llevó sus cobijas pa' otra fiesta.
La alfombra, también, se mueve bajo tu tul,
Y todo se acabó, Maricruz.



Tu gato ha muerto en tu calle, deberías saber;
Tu payaso no halla la clave para entretener.
Y el que llevaba flores al panteón
Cuenta y llora a la luna su perdición.
El suelo nos reclamará en ataúd;
Y todo se acabó, Maricruz.



Tú que solías salir a la calle a gritar
Oliendo el suave perfume de tu futil libertad,
No advertiste que un día se te iría,
Que su tenue aroma partiría.
Hoy incluso de ti se oculta el sol,
Y todo se acabó, Maricruz.


Las sombras de tu iglesia se alejan de ti,
Tus mascotas lisiadas prefieren morir.
El lascivo que un día te flirteaba
Ya ni te dirige la mirada;
Dicen que tu ganado se perdió,
Y todo se acabó, Maricruz.





Y hoy que tus muñecas la espalda te dan
Y tu tumor benigno patadas te da;
Ya no eres más la nena y su tambor,
De tus campos sin fruto, ¿qué quedó?
Cupido escupe en las cenizas de tu amor;
Y todo se acabó, Maricruz.





Deja el rosario atrás, algo te ha de llamar;
Los muertos que dejaste, no te seguirán.
El pordiosero que golpeaba a tu puerta
Se viste lo que usabas despierta.
Prende ya otra vela, clava tu cruz,
Y todo se acabó, Maricruz.

martes, 9 de junio de 2009

A BLANCA NIEVES MOJIGATA

Daniel Vázquez


Érase la mujer más recatada,
érase una araña superlativa,
érase potra de nácar altiva,
érase blancanieves remilgada.

Érase la virtud desenfadada,
érase un níveo cutis boca arriba,
érase la obsesión de un triste escriba,
si Laure de Noves fue reservada.

Érase Doña Pura y Don Espera,
érase venta de amor sin espinas,
muy Lejos del Cielo, dulces quimera.

Érase la sucia y fútil rutina,
jamás gozó Petrarca su Caderas,
e hizo de sus sonetos medicina.

LA MONTAÑA

Daniel Vázquez

Está el tejón en la cima
del impertérrito volcán,
riéndose en sus narices,
como el paria al haragán.
"Díme, oh, pétreo amigo,
que la lengua te han comido,
que dejas que te desgreñen
mientras tú sigues dormido;
el ratón, la tuza y yo,
urgamos diario tu cuero,
y los labriegos se apañan
de tu muy diáfano suero.

¿Por qué eres tan impávido
a tan ramplonas afrentas?
¿Por qué eres tan impasible
y a tus verdugos no enfrentas?
Tú que eres más viejo que yo
no evidencias tu experiencia,
que millones de años te dan
-sólo muestras tu torpeza-,
ninguno de los que el hombre
llama tus hijos te muestra
un mínimo de respeto,
más bien que te secuestran.

Ya el tiempo te ha hecho objeto
de las bromas más abyectas,
pues te ha tumbado el mechón
y sólo te ha dejado crestas,
y te las deja escarchadas
y con ellas te aparejas
cuando el fiero invierno viene
a blanquearte las orejas;
pues tú, inmueble zigurat,
paciente de geriatría,
no te crispas de las burlas
ni burdas galimatías.

Y el ínfimo ser bípedo
que se instala por doquier
que a tu edad es sólo un pedo,
pero algo más que un simple ujier.
És barbero de tus pies,
y se mete entre tus faldas
a segar al hermano árbol
y reducirlo a vanas brasas.
Pero cínico y mustio que es
te crea gestas lisonjeras,
mas sus cajas de cemento
llegarán a tus orejas.

Tu nascencia fue conlvusa
y creciste rumbo al cielo
que hoy le rascas el pie a Pedro
y él te adorna con su hielo.
Mas con ése mismo hace años
te rajó la falda en medio,
y hoy pareces un gran monstruo
agrietado sin remedio;
y le lloras a la luna
y a coro tus compañeros,
que más altos no menos bobos
con sendos despeñaderos.

Hoy que te hallas perplejo
con tu tullido indumento
a lo que te haga el destino
seguirás como jumento.
Mas quiera dios que no despiertes
y sobre nosotros te vuelques
a repartir tu arrebato
y a tus hijos les des muerte.
Sigue echado en tus laureles
y ni Vulcano ni Hefesto,
ni Moloc ni Xólotl llamen
a guerra el fuego funesto."

SANTA DESILUSIÓN


Daniel Vázquez


Hay quien está haciendo maletas,

quien tendrá que trabajar,

quien aún fuma un cigarro

y empieza a barajar.

Ya el gallo calló su himno

y el cielo se ha nublado,

algunas ovejas se han ido

arrostrando al aire helado.

Y los coyotes del monte

en despliegue de frustración

aúllan su último lamento hacia

Santa Desilusión.


El abuelo, vencedor siempre,

encubre su depresión;

su nieto perdió la batalla

de la emigración.

Ahora mira a la sierra,

y endulzándose su café,

endulza también su sangre

y cree creer en la Santa Fe.

Por las noches bien se acuerda

en lo que en el pueblo dejó,

seca sus ojos con pañuelos

de la desilusión.


Juan Charrasqueado fantasea,

pero él se inspira con

libros de leer a una mano

la otra dentro del pantalón.

Y mientras cierra sus ojos,

con espasmos repetidos

da el paso de la muerte

en un trance de gemidos.

Y tras su cuerpo convulso

viene la relajación;

va y cuenta su hazaña al pueblo de

Santa Desilusión.


Justina seca sus lágrimas

mientras le ruega a su dios

que acabe ya el tormento

de su destino atroz.

Dice "Aunque ya no soy virgen

aún conservo mi virtud",

y se arroja a los pies de un monje, quien

le sodomiza en un ataúd.

Siendo violada mil veces ya

ni sueña en un amor;

le bastan los sueños del cofre

de su desilusión.


Ahora el sol ya se ha ocultado,

los faroles se han prendido,

y no hay tiempo que perder

cuando todo está perdido.

Arrastran sus esqueletos

sobre las sucias aceras,

y alzan miradas tristes

a calles que eran praderas.

Y esas calles son tan grises,

y en camino a la perdición,

en camino a barras y estrellas quedó

Santa Desilusión.


Y el payasito del pueblo,

un exitoso cualquiera,

se esfuerza en hacer reírnos,

presto a ir do quiera.

Tras criticar a donde hoy trabaja

varias aftas le han salido;

para quien muy bien le conoce

ya no es tan divertido.

Y bajo sus lascivos desplantes

vela un rictus de traición,

ahora entretiene a sialorreicos

de Santa Desilusión.


He aquí el cura de Epícuro

vestido de lobo fiero

diciendo a Caperucita:

"Ven pequeña, te requiero".

Ella luce primorosa

y volteando lenta su cabeza

mete un dedo en su boquita roja,

y pestañea mientras reza.

Y el cura repta a su torre

para rezar su oración,

tiene que rezar mucho el hermano en

Santa Desilusión.


Atlas cultiva sus tierras

por sus hijos olvidado,

que reniegan de su origen

y van maquillando su pasado.

Y mientras Juan Sintierra

que ya cruzó la frontera,

no se seca las lágrimas

que caen en tierra ajena.

La señora, que es huesuda

lo llevará en su aflicción

con sus cuencas vacías a

Santa Desilusión.


Mirando hacia una caja

un pellejo lleno de viento,

visualiza sin pensarlo

y sin extraviar su aliento.

Y ve lágrimas y risas

junto a historias macabras

en una caja que mezcla no más

de trescientas palabras.

Y ve pasar a los trenes

llevándose toda ambición;

se acabaron los anhelos

en Santa Desilusión.


Abelardo sueña despierto,

su mente está iluminada;

está bebiendo los vientos

de Eloísa enamorada.

Y hoy le ha escrito una epístola

cerca de sucias vidrieras

y se carcome el alma

a la luz de unas velas.

Vela sus noches escribiendo

no importa la estación,

su corazón late violento en

Santa Desilusión.


Escondido tras los setos

en un acto tremebundo,

Narciso y su soliloquio

ante un lago gemebundo.

Su hermana, vedette cualquiera,

en su alcoba disfrazándose,

para el jurado de ganado,

pasa la noche frotándose.

Y mientras, sus padres rolan turno

en la mina sin subvención;

el carbón acorta sus vidas en

Santa Desilusión.


Y con premios y castigos

los autómatas de overol

marchan a su rutina

esperando algo mejor.

Ahora ha llegado la feria

reducida a no más

que a sólo una gran expo de

China, USA y Taiwán.

Por las noches se guarecen

viendo sus cajitas de ilusión

dentro de cajas pintadas

en Santa Desilusión.


Han abandonado a sus muertos

ya van a donde las luces,

salpicando valles distantes

lejos de sus mustias cruces.

Como buenos neocristianos

visten de un pulcro blanco,

Homo videns compulsivos

y esclavos de Baco.

Y el Pasado se ha quedado

pensando si la Traición

se confunde con el Olvido en

Santa Desilusión.


Al abrigo de la playa

están los titiriteros,

ven nacer el día

a bordo de sus cruceros.

Hijos del que le dio vida

al pasto y a las reses,

y que se consume poco a poco

embebido en sus heces;

dador de vida de infelices

besamanos del patrón,

quien moverá los hilos por siempre en

Santa Desilusión.



Y aunque los llevo presentes

no quiero regresar, no,

es muy tarde para mártires;

la poesía ya murió.

No me pidas que me quede,

tengo que volver a nacer;

en la tierra del prozac perpetuo,

me niego a envejecer.

Cobarde no mires a donde

sólo vive la perdición;

yo aún sigo perdido en

Santa Desilusión.

martes, 2 de junio de 2009

DEJAR TODO EN SU LUGAR

Cuento popular

Un joven provinciano viajaba en el metro de la gran ciudad para visitar a un pariente. Era la primera vez que abordaba este sistema de transporte, pero gracias a las indicaciones que recibió de su hermana, el pueblerino no tuvo mayores problemas para utilizarlo. Aún así, debido a su novatez, no dejó de cometer algunos errores, como por ejemplo que le hizo la parada una vez que lo vio llegar, provocando codeos y tapadas de boca con la mano. Vio que mucha gente llegaba y mucha gente se subía, por lo que tuvo que esperar cuatro paradas para al fin apearse, en medio de empujones. En el trayecto, sin embargo, en una de las paradas ocurrió algo muy singular. Una jovencita ejecutiva subió al vagón donde viajaba nuestro héroe, y como no había lugar, la joven tuvo que seguir de pie. Nuestro fuereño aún así notó que el minivestido de la muchacha era tan ajustado que cierta parte de ella se le introducía en la parte trasera de la entrepierna. El muchacho, que iba detrás de ella dándose cuenta de este detalle, y recordando por experiencia propia lo incómodo de que se meta la ropa donde no debe, y el dicho de su abuelo de que “hombre acomedido cabe en cualquier parte”, retiró con suma delicadeza el pliegue que se introducía traviesamente entre las nalgas de la lozana mujer, provocando que ésta diera media vuelta, ofendida, a lo que el joven inmediatamente reaccionó introduciendo repetidamente el pliegue a su lugar original, diciendo: “¡Ahí está, ahí está, vaya!”

Moraleja: Ser acomedido es bueno, pero lo es aún más ser comedido.

EL HIJO DE LA TIZNADA

Carmen Báez

Saltó la barda de su casa. Detrás del solar de doña Luz estaba la calle, con sus piedras untadas de sol, que se hacían musicales bajo los cascos de los caballos.
En la mañana, alguien lanzó al viento una voz:
-¡A’i viene el de la arracada!
Lo dijo en tono velado, al oído de alguno, y la voz hizo eco en la boca de todas las mujeres, y de todos los hombres, y de todos los niños; y fue creciendo hasta llegar a la torre del pueblo, en donde los cerrojos de los máuseres parecían cuchichear en las manos de los hombres:
-¡A’i viene el de la arracada!
Encerraron a todas las muchachas en el subterráneo del curato viejo, y los hombres huyeron hacia el cerro. En la casa, cerrada, los niños asustados se acurrucaban detrás de la madre, que rezaba para que los hombres no se mataran.
La niña fea no tenía miedo. Ella sólo quería ver a los rebeldes. Y en tanto que los hermanitos lloraban cerca de la madre, ella acercó su sillita a la ventana de la huerta y trepó con gran trabajo. Después se deslizó por las ramas de un durazno y cayó al suelo. Corriendo atravesó la huerta y saltó el portillo de la barda. Ya en el corral de doña Luz se sintió libre, feliz. Desde allí se oían las voces de los soldados en la calle ancha.
Aquello parecía una fiesta. Una gran fiesta. Bajo la lumbre del sol, la niña abrió sus ojos en azoro.
Corriendo entre las patas de los caballos llegó a la plaza. Estruendo de clarines y de voces, basura, gente. En los portales hacían lumbradas las mujeres sucias, y asaban carne para que los soldados comieran.
Frente a la tienda de doña Ignacia había una gran mancha de gente. La niña fea se acercó: estaban matando un buey. Primero mugidos de angustia. Luego sangre. Carne roja. Sangre, mucha sangre. Bajo el oro de la tarde corría la sangre en arroyitos calle abajo.
La niña tenía miedo. Se echó a llorar. Una soldadura de ojos verdes, enormes, la tomó en sus brazos; le dio un trozo de azúcar y secó sus lágrimas con la falda roja:
-No llores, tonta, voy a llevarte a tu casa.
Del mesón de Don Luis salían seis hombres, tranquilamente. Cinco eran rebeldes, el otro era un hombre joven. Llevaba una camisa roja, negra de mugre.
-Lo van a matar –dijo alguno.
La soldadura de los ojos verdes preguntó:
-¿Por qué van a matarlo?
-Porque es un hijo de la chingada…
Nadie se atrevió a protestar. Lentamente llegaron al centro de la plaza. El hombre joven, muy tranquilo, se paró frente a los otros cinco. Levantaron sus armas y se oyeron disparos. Él se dobló poco a poco, parecía no tener mucha prisa, y se quedó tendido en el suelo. Después, los mismos hombres, también tranquilamente, lo levantaron entre cuatro, y volvieron a meterlo en el mesón. Sólo tenía en la frente un agujerito negro y un hilito de sangre. Ni un gesto, ni una protesta, nada.
La niña fea, muy tranquila, abrió sus ojos negros más y más. Aquella era una fiesta rara. Pero no sintió ganas de llorar. Cuando levantó la frente, vio que los enormes ojos verdes de la soldadura estaban llenos de lágrimas.
“Qué mujer tan extraña –pensó-. Me dijo tonta porque lloré cuando mataron al buey, y ella está llorando ahora sí nomás, por nada.”
Era una mujer buena. De la mano la llevó hasta su casa y la entregó a su madre. Después se fue calle arriba, lenta, con su falda roja y sus enormes ojos verdes.
Cuando la niña quedó sola con su madre, dijo:
-Vi matar, mamita.
-¿Qué?
-¡Un buey! –y ocultó su cabeza en el regazo de la madre, como si quisiera olvidar allí la tragedia que vio frente a la tienda ignacia. Lloraba amargamente, desconsoladamente.
-No llores, pequeña…
Y cuando los besos de la madre la hubieron calmado, contó ya tranquilamente, sin asomo de amargura, como sui hablara de algo trivial, sin importancia:
-También mataron a un hijo de la tiznada…

"El hijo de la tiznada." En "La roba-pájaros", Letras Mexicanas, número 34, Fondo de Cultura económica, México, 1957.

EL REZO DESOBEDIENTE

Carlos Monsiváis

Se arrodilló a rezar con denuedo. "Concédeme, Señor, atisbar tu gloria." De golpe, algo se desató en su interior. Al reanudar la plegaria la sensación fue más precisa, su lenguaje se distanciaba de él, le era hostil o indiferente, no respetaba sus intenciones. Quiso decir "Dios te salve..." y escuchó, con voz que era la suya, atrevimientos y desfachateces, bonito abanico el de la marquesa, pésima la comida y deplorables sus resultados inmediatos, qué necio el Padre Prior que en cada perorata nos obligaba a mandarle mensajes recordándole el fastidio de la grey ante su verborrea.
Hizo otro intento y la oración tampoco se produjo. Sus palabras exaltaban los pensamientos que él nunca había tenido y las apetencias que más detestaba. Intimidado, suspendió las preces, descendió al susurro, y se insultó llamándose cretino, pervertido y cosas peores.
Al día siguiente ya le amedrentaba la idea de rezar de modo audible. Su conversación aún le obedecía y lo forjado en su mente emergía textual, fluido, dócil. Pero en el ámbito devocional, los vocablos se atropellaban con acentos inicuos y sarcásticos. Deseó rendir culto a Santiago Apóstol y acabó divulgando vergüenzas de la vida conventual. Se postró ante San Antonio para suplicarle la adecuada guianza de las jóvenes y nada más le refirió su enojo por no haber desflorado a su prima y su entusiasmo por los senos de la marquesa.
Pensó en cortarse la lengua, en cercenar el vehículo de la malicia. Lo contuvo su amor por el canto llano, la fruición que le provocaban los ecos de su voz bien timbrada alabando los misterios. Se desesperó recordando que al siguiente domingo le tocaba explicar las ventajas de la sumisión y la resignación.
Ensayó en su celda. Todo inútil. Apenas se concentraba en la declamación de la doctrina, sonaban con estruendo (o así él lo presentía) sus citas levantiscas y cínicas. Quiso reconocerle a San Hipólito su gloria irreprensible, pero sólo le contó chismes de solteronas que se fingían adúlteras y de viudas que alegraban su luto. Horas después, desvencijado, se sintió reo de maldad juzgada. Él, quien juró que sus labios sólo proferían sabiduría, aguardaba convulso la siguiente frase. Su garganta se había convertido en un cepo del mal.
En la mañana temida, alegó males y quebrantamientos. Nada le valió: "Así sea muerto, tú hablarás." Enfermo de temblores, recorrió la gran nave, evocando su intento de esa madrugada, cuando la oración anhelada se tradujo en un elogio ambiguo de la afición del virrey por los jóvenes. Lívido, ascendió al púlpito, mantuvo la vista en alto, y se preparó a la catástrofe... Pero su fervorín emergió exacto, limpísimo. ¡Era, de nuevo, el dueño de su habla! Se contuvo para no llorar de gratitud y abrazarse al madero. Casi al concluir, examinó a su auditorio y percibió los rostros de ira y los murmullos de encono, y supo que la causa no era su homilía, tan nítidamente dicha. En ese momento reparó en el libre albedrío de sus manos, en las figuras que sus manos trazaban, en las gesticulaciones impúdicas que negaban y difamaban el provecho virtuoso de su sermón.

Tomado del libro "Nuevo catecismo para indios remisos", de Carlos Monsiváis. Ediciones ERA. México D.F., 1982.

viernes, 29 de mayo de 2009

PLACER DE VERANO (Humor negro)

Alphonse Allais (1854 – 1905)

La mansión que ocupo durante la estación estival es vecina de una modesta casa habitada por la más odiosa arpía de todo el litoral.
Viuda de un ingeniero de caminos al que hizo morir de pena, esta bruja unía a la más sórdida avaricia un mal genio poco corriente, y todo ello bajo la cobertura de una devoción llevada al exceso.
¡Murió, paz a sus cenizas!
¡Murió, y yo reía de gusto cuando la vi batir el aire con sus grandes brazos esqueléticos y caer sobe el débil césped de su ridículo y excesivamente cuidado jardincillo!
Porque asistí a su defunción; mejor dicho, fui su autor, y pienso que esa pequeña aventura será siempre uno de mis mejores recuerdos.
Era preciso, por otra parte, que eso terminara así, pues tanto me obsesionaba la sola idea de aquella arpía que había llegado a perder el sueño.
¡Horrible, horrible mujer!
Llegué a mi fúnebre resultado mediante un cierto número de bromas todas del peor gusto, pero que, a fe mía, revelaban en su autor tanta astucia como implacabilidad.
¿Desean un breve relato de mis maquinaciones?

Mi vecina tenía la locura de la jardinería: ninguna ensalada del país era comparable a sus ensaladas, y en cuanto a sus fresales, eran todos tan hermosos que daban ganas de arrodillarse delante de ellos.
Contra las malas hierbas, contra los malos insectos, contra los más voraces gusanos, conocía y empleaba infatigablemente mil trucos de una temible eficacia.
Su caza a los limacos era todo un poema, hubiera podido decir Copec de caer sobre el país.
Convoqué a una miríada de mocosos (miríada es una manera de hablar) y entregándoles a cada uno un saco…:
-¡Vamos -dije-, amiguitos míos, id por los caminos del campo, y traedme cuantos caracoles encontréis! A la vuelta os esperan unas cuantas monedas.
Y mis golfos salieron de caza.
Les esperaban copiosas presas: jamás, en efecto, tantos caracoles habían irisiado el paisaje.
Congregué a todos los moluscos en una inmensa caja bien cerrada. Donde fueron irritados a ayunar durante más de un día.
Después de lo cual, en una radiante tarde de verano, solté ese ganado en el jardín de la vieja.
La salida del sol iluminó inmediatamente un Waterloo.
De las lechugas, tiempo no tan florecientes, las achicorias y los fresales, no quedaban más que los siniestros y mordisqueados nervios.
¡Ah, de no haber reído tanto, aquel espectáculo devastador me hubiese consternado!
¡La arpía no creía lo que sus ojos veían!
Mientras tanto, llenos pero no hartos, mis babosas proseguían su obra de aniquilación.
Desde mi pequeño observatorio, observaba cómo trepaban decididamente al asalto de los perales.
…En aquel momento, la campana convocó a misa de diez. Mi vecina partió a contar sus penas al buen Dios.

Seria fastidioso un relato detallado de las feroces bromas que infligí a la mala mujer que me servía de vecina.
Pasaré en silencio los pedazos de carburo de calcio impuro que lanzaba al pequeño estanque frente a su casa: la pluma humana no puede llegar a describir el hedor a ajo que desprendía entonces su estúpido surtidor.
Y precisamente (detalle que supe más tarde y que me llenó de alegría) aquella bruja sentía una aversión insuperable por el olor a ajo.
Al pie del muro que separa su jardín del mío, cultivaba una soberbia planta de perejil. ¡Oh, el hermoso perejil!
A puñados, sin contarlas, inundé el arriate de semillas de cicuta, planta que se parece mucho, hasta poder confundirse, con el perejil.
(Compadezco a los nuevos inquilinos del jardín, si no se dan cuenta de la superchería)
Llegamos a las dos supremas bromas, la última de las cuales como ya he dicho antes, provocó la defunción súbita de la horrible vieja.
A fuerza de estudiarla, me sabía al dedillo la forma de vida de nuestra arpía.
Levantando con el alba, inspeccionaba con mirada suspicaz los menores detalles de su jardín, aplastaba una babosa por aquí, arrancaba una mala hierba por allá.
Al primer toque de campana de misa de seis, la devota salía, y luego, cumplido su deber religioso, regresaba y recogía del buzón el periódico La Croix, cuya edificante lectura emprendía mientras sorbía un café con leche.
Entonces, una mañana, leyó cosas extrañas en su diario favorito. El editorial, por ejemplo, comenzaba con la frase: «¡Nunca lograremos acabar con ese atajo de vuestra majestad de ratas de sacristía!», y el resto del artículo seguía con el mismo tono.
Después de lo cual se podía leer esta pequeña noticia:
«Aviso a nuestros lectores
»Nunca recomendaremos demasiadas preocupaciones a aquellos de nuestros lectores que, por una u otra razón, se ven obligados a introducir eclesiásticos en su domicilio.
»Así, el lunes pasado, el cura de Saint-Lucien, llamado por uno de sus feligreses para administrarle los últimos sacramentos, consideró oportuno al retirarse, llevarse el reloj de oro del moribundo y una docena de cubiertos de plata.
»Este hecho está lejos de constituir un caso aislado, etc., etc.»
¡Y vaya con los sucesos!
Se contaba especialmente que el nuncio del Papa había sido detenido, la víspera, en el baile del Moulin-Rouge, por embriaguez, alboroto público e insultos a los gendarmes.
¡Curioso periódico!
¿Es preciso que añada que ese extraño órgano había sido redactado, compuesto, linotipado y editado, no por damas como el periódico La Fronde, sino por su seguro servidor, con la complicidad de un impresor amigo, cuya perfecta complacencia en esta ocasión nunca podré elogiar bastante?
Una de las farsas que puedo recomendar con toda clase de garantías a mi elegante clientela es la siguiente. No se destaca por su extrema intelectualidad, ni por su exquisito tacto, pero su práctica procura a su autor un intenso regocijo.
Claro está, no dejé de aplicarla a mi odiosa vecina.
Desde primera hora de la mañana, y a diversas horas del día, enviaba, firmadas por la vieja y con su dirección, telegramas a personas habitando los rincones más dispares de Francia.
Cada uno de esos telegramas, acompañado de una respuesta pagada, consistía en una demanda de información sobre un tema diverso.
Difícilmente pueden hacerse una idea del estupor mezclado de horror que sentía la vieja dama cada vez que el repartidor de telegramas le entregaba un sobre azul donde aparecían las frases de la más desorbitada incongruencia.
Sucediendo de cerca a la lectura del número especial de La Croix, fabricado por mí, aquellos telegramas llevaron a mi odiosa vecina a una alucinación muy cómica.
Al final, se negó a recibir al cartero y llegó a amenazar al humilde funcionario con recibirle a escobazos en el caso de que volviera a presentarse.
Instalado en la ventana de mi granero, y provisto de unos excelentes gemelos, nunca me había reído tanto.

Y mientras tanto, llegó la noche,
Quería una buena costumbre que el gato de la buena mujer, un gran gato negro, delgado pero imponente, deambulara por mi jardín tan pronto como caía el día.
Ayudado por mi sobrino (un muchacho que promete) no tardamos en capturar al animal.
Y no menos prontamente le salpicamos copiosamente de sulfato de bario.
(El sulfato de bario es uno de los productos que tienen la propiedad de hacer luminosos los objetos en la oscuridad. Se puede encontrar en todos los comercios de productos químicos)
Era una noche opaca, una noche sin estrellas ni luna.
Inquieta al no ver regresar a su minino, la vieja gritaba:
-¡Polyte, Polyte! ¡Ven, mi pequeño Polyte!
(¡Vaya nombre para un gato!)
Bruscamente soltado por nosotros, ebrio de rabia y de miedo, Polyte huyó, saltó el muro en menos tiempo del que necesito para escribirlo, y se precipitó hacia su casa.
¿Han visto alguna vez aparecer un gato luminoso entre las tinieblas de la noche?
Es un espectáculo que vale la pena, y por mi parte, nunca he visto otro más fantástico. Era demasiado.
Oímos gritos, aullidos.
-¡Belcebú! ¡Belcebú! –vociferaba la vieja-. ¡Es Belcebú!
Luego le vimos soltar la vela que llevaba en la mano y caer sobre el céspedCuando, atraídos por sus gritos, los vecinos llegaron para levantarla, ya era demasiado tarde: había dejado de tener vecina.

martes, 12 de mayo de 2009

LILIA PRADO















































Actriz mexicana nacida en la ciudad de Sahuayo, Michoacán, el 30 de marzo de 1929. Murió en la Ciudad de México el 22 de mayo del 2006. Es considerada una de las grandes actrices de la Época de Oro del Cine Mexicano. Fue de las más solicitadas en los años cincuentas. Realizó más de 100 películas compartiendo créditos con las grandes estrellas de la época como Pedro Infante, Luis Aguilar, Cantinflas, Tin Tan, Resortes, Arturo de Córdova, Marga López, Sara García, los cuatro hermanos Soler, Roberto Cañedo, Joaquín Pardavé, etc. Alcanzó la cima cuando fue llamada por el director de cine de origen español Luis Buñuel para estelarizar "Subida al cielo", "Abismos de pasión" y "La ilusión viaja en tranvía". Son también memorables sus actuaciones en "Las mujeres de mi general", "El gavilán pollero", "Confidencias de un ruletero", "Cuarto de hotel", "Crimen y castigo", "Los gavilanes", "La vida no vale nada", "El analfabeto", "Fe, esperanza y caridad", "La puerta negra", etc. Es mundialmente reconocida por la sensualidad ingenua que irradiaba en la mayoría de sus filmes. Pese a ello, no realizó ningún desnudo. Falleció el 22 de mayo del 2006 en la Ciudad de México. Sus restos descansan eternamente en el Panteón Jardín, al lado de su madre.














































































































































































































































































Esta página ha sido creada sin mayor pretensión que la de compartir imágenes de una actriz emblemática de la belleza femenina mexicana, que constituyó la imagen del erotismo y la sensualidad del cine mexicano de la Época de Oro.